top of page

El polvo de lo que fue una vida

​

Erandi León

​

“Mínimo es el 50 por ciento, no el 20 como algunos piden, y si se quedan sin dinero para la campaña, mejor”. Martha fue una de las afectadas por el sismo que cambió la vida de los que habitan la Ciudad de México. Millones de familias se quedaron sin hogar, se han mudado de edificios colapsados o a punto del derrumbe, varios duermen en camas improvisadas a la intemperie.

​

Se instalaron en tiendas de campaña y ven a lo lejos lo que eran sus hogares acordonados por cintas amarillas que custodian policías, miembros del Ejército y los mismos propietarios temerosos de ser víctimas de la rapiña, que aún con la tragedia no desaparece.

​

Vecinos nerviosos por fin se han hablado, donde antes, por las calles contiguas o bajando las escaleras de su condominio, no cruzaban miradas de cortesía, ahora la tragedia los une. Todos ya saben el nombre de su vecino y el número del departamento en el que vivían, ahora todos se juntan alrededor de su colonia con la preocupación en la cara y el semblante cansado; cansado de comer lo mismo, de hablar de la misma cosa, de saberse en un futuro incierto que comenzó la tarde del 19 de septiembre.

​

Martha corrió rápidamente sobre Miramontes pues por fin le han permitieron entrar a su departamento. Hace alusión al futuro nuevo y pregona el cambio de su vida por completo; donde había certidumbre, ahora no hay paz.

​

Así transcurren las horas en el condominio Los Girasoles ubicado en la delegación Coyoacán. Empleados del gobierno capitalino han instalado sus mesas de trabajo cerca de la Alameda del Sur para asesorar a los que perdieron todo, aquellos que declaran haber recibido ayuda por parte del gobierno.

​

Cerca de ahí, entre Canal de Miramontes y Calzada del Hueso, se vislumbran huecos de ladrillos dibujados tras el sismo, que dejan ver cunas y flores adornando una habitación ya abandonada. Cristales rotos cubren la acera de Calzada del Hueso, mientras las ruinas de lo que fue un gimnasio se asoman con costales de box y pesas diluidas por el polvo del derrumbe.

​

Mientras tanto, el dueño de una tienda de abarrotes ubicada enfrente de los multifamiliares de Tlalpan, un señor de aproximadamente 70 año reclama a todos aquellos que se aprovecharon de la tragedia “Varios aparentemente venían a ayudar, pero sólo ultrajaron nuestros hogares, robaron nuestras cosas. Aquellos que se decían supuestamente ingenieros, sólo llegaron para aprobar sus materias, no ayudaron”.

​

Hilda, vecina de los multifamiliares donde un edificio se colapsó sepultando a varias habitantes que aún se encontraban dentro de su hogar tras el sismo, llega a la zona del albergue situado en una cancha de basquetbol, para cuantificar los daños y necesidades. Su intención es hacer comida para toda la gente que se quedó sin patrimonio “al rato nos podría pasar a nosotros mismos”.

​

La organización de los vecinos se percibe mejor aquí y aunque la incertidumbre prevalece, también existe el ánimo de reconstruir. El edificio colapsado ha desaparecido, de él sólo queda la planta baja rodeada por el polvo de lo que fue una vida y custodiado por soldados del Ejército.

bottom of page